jueves, 30 de noviembre de 2017








Tuve pájaros encerrados en jaulas.
Cuidaba sus plumas y llenaba sus casilleros
con alpiste.
Siempre agua fresca,
cogollos y manzanas entre los barrotes.
Palitos de semillas. Bañeras portátiles. Yema de huevo.
Creía que mis pájaros vivían alegres
pues cantaban sus trinos y parecían moverse libres.
Durante años existían dentro 
y yo los contemplaba fuera, 
consciente de su fortuna.


Ni una sola vez dudé con la posibilidad
de no ser un hábitat perfecto para ellos.
Era imposible el error. Cualquiera podía verlo.
Ningún reproche, ningún remordimiento.
Su vida entera en limpias jaulas.

Pájaros creados para vivir en jaulas,
cuyas alas no eran usadas.
Solo saltaban y picoteaban,
entonando cánticos de regocijo. 



O no.



Cuando murió mi último canario
me deshice de las jaulas con todos sus accesorios.
Desterré mi intención de seguir mirando
pájaros enjaulados sin más propósito 
que comer alpiste y cantar. Si es que cantaban.
Sus trinos podrían haber sido lamentos no entendidos.


Cambió mi mirada y mi cerebro.
Pude ver la frontera que me ocultaba la belleza.
Desenjaule mis ojos, reconocí el momento de la liberación
perfecta.

Hoy tengo un patio lleno de plantas, altas y frondosas,
enormes macetones, casi árboles.
Desde hace años vienen a habitarlas gorriones nerviosos.
Bajan y beben agua sin temor.
Sus trinos no son virtuosos, ni tienen vistosas plumas.
Ellos vuelan con libertad perfecta.
Nacidos para vivir y completar el paisaje: árboles, plantas, cielo, aire...


Lienzo pintado en mi patio.
Inquietos pájaros volando.

Maravilloso espectáculo. 


Abrid las jaulas, tiradlas por las ventanas.
Dejad volar a los pájaros.





Teo
30 noviembre 2017 

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